Este poder puede ser positivo: nos alienta, nos hace dar lo mejor de nosotros mismos, los demás esperan más de nosotros e inconscientemente nos animan a creer más en nosotros, …; pero también puede ser negativo: nos hablamos mal, nos criticamos ante el mínimo error, cualquier contratiempo lo interpretamos como un no puedo, no valgo, los demás no esperan mucho o nada de nosotros y así ocurre, … Y el resultado sería un caso de profecía auto-cumplida.
Cuando esta profecía auto-cumplida proviene de los expectativas de los demás, se le conoce como Efecto Pigmalión.
El efecto Pigmalión consiste en que las expectativas o creencias que una persona tiene acerca de nosotros modificarán nuestro comportamiento o rendimiento para que cumplamos esas expectativas.
La confianza que depositan en nosotros los demás nos dará las fuerzas suficientes para conseguir objetivos más difíciles.
“Trata a una persona tal y como es y seguirá siendo lo que es; trátala como puede y debe ser y se convertirá en lo que puede y debe ser”
Si este Efecto Pigmalión es importante a lo largo de toda nuestra vida, en la infancia es mucho más: dale alas a un niño y muy probablemente volará, córtaselas y seguro que no volará.
Me parece que es vital ser consciente del poder de nuestras palabras y de nuestros pensamientos, para con nosotros mismos y para con los demás.